Cuando dos rivales ganan la misma guerra, ¿de qué estamos hablando? Podría ser una paradoja surrealista sino fuera el drama de Bolivia.
Evo Morales habría obtenido el 62,3% de los votos en el referendo, es decir ocho puntos más que los que obtuvo en las elecciones presidenciales de diciembre del 2005. Eso es un triunfo.
Pero Rubén Costas, el enemigo mayor de Morales, habría obtenido alrededor del 62% de los votos, con lo que su ratificación en el cargo de prefecto de Santa Cruz es un hecho. Eso es un triunfo para la oposición.
El prefecto de Cochabamba, sedicioso opositor, ha sido destituido (aunque se negará a acatar el veredicto de las urnas y tendrá que ser revocado judicialmente). Eso es un triunfo del gobierno.
Pero, al mismo tiempo, el prefecto oficialista de Oruro tendrá que dejar el puesto por mandato de los electores. Eso no es un triunfo gubernamental.
El opositor prefecto de La Paz, José Luis Paredes, no ha podido retener el puesto. Pero sí lo han hecho, en cambio, los otros tres prefectos de la media luna: Ernesto Suárez, de Beni; Mario Cossío, de Tarija; Leopoldo Fernández, de Pando (aunque en este último caso las cifras rurales que van llegando pueden hacer muy estrecha su victoria). ¿Eso es un empate?
La derecha golpista no ha podido arrasar. Eso es un triunfo latinoamericano. Pero el gobierno socialista de Morales no ha podido remover a ninguna autoridad de los cuatro departamentos con vocación sediciosa. ¿Cómo llamamos a eso?
Claro que Morales ha salido a decir que seguirá con su política de nacionalizaciones y de enfrentamiento con los departamentos no mineros que son la parte más dinámica de la economía boliviana.
La respuesta de esos cuatro prefectos ha sido anunciar que aplicarán sus estatutos de autonomía a partir de la confirmación de los datos electorales.
Esos estatutos contemplan un régimen inconstitucional que desgaja a la media luna del gobierno central y pretende recaudar impuestos y crear fuerzas de seguridad no regidas desde La Paz.
Por lo tanto, puede decirse que ayer Bolivia no se ha movido, políticamente hablando, un centímetro.
Han ganado los unos y los otros. Han perdido los otros y los unos.
Cada cual está en su trinchera, esperando (¿deseando?) lo peor.
Y lo peor llegará pronto si el diálogo se descarta y la concesión se ve como debilidad.
La oposición debe abandonar el fascismo golpista que parece ser su programa.
Morales debe renunciar a ese maximalismo de vocación arrasadora que puede producir la balcanización de su país.
Estados Unidos debería dejar de intervenir en la política boliviana con la grosería que lo está haciendo.
Y Hugo Chávez debería quitarle a Morales la pesada losa de su apoyo.
Bolivia tiene que preservar su unidad, aun a costa de la derrota política de los dos extremismos que la amenazan.
Morales tiene que entender que la paz se construye y se fomenta y que el primer deber de un jefe de Estado es preservar la paz y dejar de actuar como jefe sectario de una fracción de la nacionalidad.
Y tiene que comprender que si la guerra civil está en la boca de algunos de sus consejeros, debería –tras destituirlos por traidores- abrir la página internacional de un periódico y enterarse de lo que está pasando en Georgia.
Allí, en la tierra de Stalin, Osetia del Sur es la pequeña media luna que se quiere largar de la legalidad georgiana y que está sometida a la atracción gravitacional de Rusia. Algo parecido al apego prochileno expresado ya abiertamente por la derecha boliviana de Tarija. ¿Será Bolivia nuestra Georgia y harán las fuerzas armadas chilenas el papel de la Federación Rusa?
Que la sensatez asista a ese país entrañable.
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