No es Grecia. Es el
capitalismo, ¡estúpido!
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Comentario de M. Lajo: Lo advertia nuestro amigo Atilio Boron ¡el 25 de
junio de 2011!
Y un quinquenio después se cumplen muchas de sus predicciones.
El análisis cuando es científico permite previsiones como esta.
Atilio A. Boron
Los medios, las consultoras, los economistas, los
bancos de inversión, los presidentes de los bancos centrales, los ministros de
hacienda, los gobernantes no hacen otra cosa que hablar de “la crisis griega”.
Ante tanta vocinglería mal intencionada es oportuno parafrasear aquella frase
de campaña de Bill Clinton para decir e insistir que la crisis es del
capitalismo, no de Grecia. Que este país es uno de los eslabones más débiles de
la cadena imperialista y que es a causa de ello que por allí hacen eclosión las
contradicciones que lo están carcomiendo irremisiblemente.
La alarma de los capitalistas, justificada sin dudas,
es que el derrumbe de Grecia puede arrastrar a otros países como España,
Irlanda, Portugal y comprometer muy seriamente la estabilidad económica y
política de las principales potencias de la Unión Europea. Según informa
la prensa financiera internacional, representativa de los intereses de la “comunidad
de negocios” (léase: los gigantescos oligopolios que controlan la economía
mundial) la resistencia popular a las brutales medidas de austeridad propuestas
por el ex presidente de la Internacional Socialista y actual primer ministro
griego, Georgios Andreas Papandreu, amenazan con arrojar por la borda todos los
estériles esfuerzos hasta ahora realizados para paliar la crisis. La zozobra
cunde en el patronato ante las dificultades con que tropieza Atenas para
imponer las brutales políticas exigidas por sus supuestos salvadores. Con toda
razón y justicia los trabajadores no quieren hacerse cargo de una crisis
provocada por los tahúres de las finanzas, y la amenaza de un enorme estallido
social, que podría reverberar por toda Europa, tiene paralizada a las
dirigencias griega y europea.
La inyección de fondos otorgada por el Banco Central
Europeo, el FMI y los principales países de la zona euro no han hecho sino
agravar la crisis y fomentar los movimientos especulativos del capital
financiero. El resultado más visible ha sido acrecentar la exposición de los
bancos europeos ante lo que ya aparece como un inevitable default griego. Las conocidas recetas
del FMI, el BM y el Banco Central Europeo: reducción de sueldos y jubilaciones,
despidos masivos de empleados públicos, remate de empresas estatales y
desregulación de los mercados para atraer inversiones han surtido los mismos
efectos padecidos por varios países de América Latina, notablemente la
Argentina. Parecería que el curso de los acontecimientos en Grecia se encamina
hacia un estrepitoso derrumbe como el que conocieran los argentinos en
diciembre del 2001. Dejando de lado algunas obvias diferencias hay demasiadas
semejanzas que abonan este pronóstico. El proyecto económico es el mismo, el
neoliberalismo y sus políticas de shock;
los actores principales son los mismos: el FMI y los perros guardianes del
imperialismo a escala global; los ganadores son los mismos: el capital
concentrado y muy especialmente la banca y las finanzas; los perdedores son
también los mismos: los asalariados, los trabajadores y los sectores populares;
y la resistencia social a esas políticas tiene la misma fuerza que supo tener
en la Argentina. Es difícil imaginar un soft
landing, un aterrizaje suave, de esta crisis. Lo previsible y lo más
probable es precisamente lo contrario, tal como ocurrió en el país
sudamericano.
Claro que a diferencia de la crisis argentina, la
griega está destinada a tener un impacto global incomparablemente mayor. Por
eso el mundo de los negocios contempla con horror el posible “contagio” de la
crisis y sus devastadores efectos entre los países del capitalismo
metropolitano. Se estima que la deuda pública griega asciende a 486.000
millones de dólares y que representa un 165 % del PIB de ese país. Pero tal cosa
ocurre en una región, la “eurozona” en donde el endeudamiento ya asciende al
120 % del PIB de los países del euro, con casos como Alemania con un 143 %,
Francia, 188 % y Gran Bretaña con el 398 %. No debe olvidarse, además, que la
deuda pública de Estados Unidos ya asciende al cien por ciento de su PBI. En
una palabra: el corazón del capitalismo global está gravemente enfermo. Por
contraposición la deuda pública china en relación a su gigantesco PBI es de
apenas el 7 %, la de Corea del Sur 25 % y la de Vietnam 34 %. Hay un momento en
que la economía, que siempre es política, se transforma en matemática y los
números cantan. Y la melodía que entonan dicen que aquellos países están al
borde de un abismo y que su situación es insostenible. La deuda griega -exitosamente
disimulada en su gestación y desarrollo gracias a colusión criminal de
intereses entre el gobierno conservador griego de Kostas Karamanlis y el banco
de inversión favorito de la Casa Blanca, Goldman Sachs- fue financiada
por muchos bancos, principalmente en Alemania y, en menor medida, Francia.
Ahora son acreedores de papeles de una deuda que la calificadora de riesgo
Standard & Poor's (S&P) calificó con la peor nota del mundo: CCC, es
decir, tienen acreencias sobre un deudor insolvente y que no tiene condiciones
de pagar. En igual o peor posición se encuentra el ultraneoliberal Banco
Central Europeo, razón por la cual un default
griego tendría consecuencias cataclísmicas para este verdadero ministro de
finanzas de la Unión Europea, situado al margen de cualquier control
democrático. Las pérdidas que originaría la bancarrota griega no sólo
comprometería a los bancos expuestos sino también a los países en problemas,
como España, Irlanda, Italia y Portugal, que tendrían que afrontar el pago de
intereses mucho más elevados que los actuales para equilibrar sus deterioradas
finanzas. No hace falta mucho esfuerzo para imaginar lo que sucedería si se
produjese, como se teme, una cesación unilateral de pagos griega, cuyo primer
impacto daría en la línea de flotación de la locomotora europea, Alemania.
Los problemas de la crisis griega (y europea) son de
origen estructural. No se deben a errores o a percances inesperados sino que
expresan la clase de resultados previsibles y esperables cuando la especulación
y el parasitismo rentístico asumen el puesto de comando del proceso de
acumulación de capital. Por algo en el fragor de la Gran Depresión de los años
treintas John Maynard Keynes recomendaba, en su célebre Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero,
practicar la eutanasia del rentista como condición indispensable para
garantizar el crecimiento económico y reducir las fluctuaciones cíclicas
endémicas en el capitalismo. Su consejo fue desoído y hoy son aquellos sectores
los que detentan la hegemonía capitalista, con las consecuencias por todos
conocidas. Comentando sobre esta crisis el Istvan Meszaros decía hace pocos
días que “una crisis estructural requiere soluciones estructurales”, algo que
quienes están administrando la crisis rechazan terminantemente. Pretenden curar
a un enfermo en gravísimo estado con aspirinas. Es el capitalismo el que está
en crisis y para salir de ella se torna imprescindible salir del capitalismo,
superar cuanto antes un sistema perverso que conduce a la humanidad al holocausto
en medio de enormes sufrimientos y una depredación medioambiental sin
precedentes. Por eso la mal llamada "crisis griega" no es tal; es, en
cambio, el síntoma más agudo de la crisis general del capitalismo, esa que los
medios de comunicación de la burguesía y el imperialismo aseguran desde hace
tres años que ya está en vías de superación, pese a que las cosas están cada
vez peor. El pueblo griego, con su firme resistencia, demuestra estar dispuesto
a acabar con un sistema que ya es inviable no en el largo sino en el mediano
plazo. Habrá que acompañarlo en su lucha y organizar la solidaridad
internacional para tratar de evitar la feroz represión de que es objeto, método
predilecto del capital para solucionar los problemas que crea su desorbitada voracidad.
Tal vez Grecia, que hace más de dos mil quinientos años inventó la
filosofía, la democracia, el teatro, la tragedia y tantas otras cosas, pueda
volver sobre sus fueros e inventar la revolución anticapitalista del siglo
veintiuno. La humanidad le estaría profundamente agradecida.
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